Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL


1569
Legislatura: 1894-1895 (Cortes de 1893 a 1895)
Sesión: 16 de noviembre de 1894
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: 5, 87-90
Tema: Respuesta a las críticas de la oposición

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Yo no sé, Sres. Diputados, cómo contestar al Sr. Romero Robledo; S. S. tiene un modo de discutir tal, que hace imposible todo debate. Lo mismo en esta ocasión que en la que le proporcionó la crisis anterior, S. S., lejos de ir en busca de las verdaderas causas, de los orígenes, del desarrollo de las crisis, lo que ha hecho ha sido combatir al Gobierno, haciendo un resumen de todo lo que la prensa de oposición ha dicha en su contra . De manera que realmente el discurso de S. S. no es más que la revista de la prensa de oposición en cuanto ha atacado al Gobierno de S. M., y en eso funda todos sus argumentos.

Pero todavía esto pudiera pasar. El mal está en que no teniendo bastante con este sistema verdaderamente raro, S. S. inventa las cosas, forja a su gusto los Consejos de Ministros, pone en boca de cada uno de los Ministros las opiniones que le parece que han emitido, y hasta la manera de emitirlas, y, por último, hasta inventa las conversaciones particulares más intimas que tienen los Ministros entre sí, para luego deshacer de un soplo el castillo que S. S. levanta con esas invenciones y esa manera de discutir. En este sentido y de esta manera, ¿es posible la seriedad que S. S. echaba de menos en el Gobierno? ¿Es posible que las discusiones adquieran esa seriedad que S. S. quería que yo imprimiera a las primeras explicaciones que di de la crisis, y que no encontró bastante serias? ¿Qué he de decir yo de las conversaciones que ha supuesto que he tenido con mis dignos compañeros fuera de los Consejos de Ministros y en los Consejos mismos? ¿Qué he de decir de esos Consejos que, según S. S., acababan como el Rosario de la Aurora, con esos enconos y esas iras entre Ministros que hasta entonces no habían descubierto su carácter irascible y su mal genio? ¿Qué quiere que le diga de todo esto, sino que es una pura fábula, y que no hay exactitud en nada de cuanto ha dicho S. S.?

Su señoría, a falta de motivos para combatir al Gobierno por sus acuerdos, por sus medidas o por sus disposiciones, inventa conversaciones a su placer, para luego sobre esas conversaciones que inventa discurrir y atacar a todos y cada uno de los Ministros; y preocupado con la idea de la posesión del poder, que por lo visto a S. S. le preocupa constantemente, cree S. S., juzgando por sí mismo, que todos pensamos en eso, y que no nos guía ni más razón, ni más motivo, ni más patriotismo, ni más móvil, ni más nada, que la posesión del poder. A esto lo sacrificamos todo, y de ahí que S. S. piense que los amigos que están fuera del Gobierno no nos dejan vivir y empujan para producir crisis y entrar en el Ministerio. (El Sr. Romero Robledo señala al Sr. Moret.)

No ha dicho semejante cosa el Sr. Moret, ni la podía decir. Una cosa es que el Sr. Moret creyera, como otros han creído, que, dadas las dificultades de los problemas que hay pendientes, que, dado, sobre todo, el problema económico que tenemos enfrente, fuera necesario traer al Gobierno la representación de todas las fuerzas que constituyen la mayoría, y otra cosa es que esas fuerzas empujaran a los que en el Gobierno se encontraban para echarlos y sustituirlos. No, eso no es verdad.

Y tanto es así, y tan dominado está, el Sr. Romero Robledo por la idea de la posesión del poder, que cree que no hay hombre político, ni en España, ni en Europa, ni en el mundo, que se mueva por otra causa y otro motivo que por la posesión del poder.

El Sr. ROMERO ROBLEDO: ¿Cómo he de creer eso? Ya le explicaré lo que yo creo de los hombres políticos poniéndolos en parangón con S. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): ¡Pues si no hace S . S. más que hablar de las delicias del poder, de los lazos de oro que unen a los hombres políticos al poder o con que quieren estar unidos al poder! ¿Dónde están esos lazos de oro y esas delicias, cuando el poder no da más que disgustos y sinsabores, sobre todo para los que hemos tenido la suerte o la desgracia de poseerlo muchas veces y de ocupar muchas veces este banco? ¿Dónde encuentra S. S. esas delicias? ¿Qué puedo yo encontrar en este banco, después de las posiciones que inmerecidamente he alcanzado en mi país? ¿Qué me puede a mí dar este banco, más que sinsabores, más que desvelos, más que disgustos, y luego injusticias como las que S. S. comete siempre que se dirige a mí o se dirige a los Gobiernos presididos por mí? (Muy bien.)

Su señoría atribuía al Gobierno poca seriedad, porque yo, a deshora, y en el deseo de ganar tiempo para emplearlo en mejores, en más beneficiosas empresas, había hablado brevemente de la crisis. Es verdad que hablé brevemente; pero lo hice con la formalidad con que de esas cosas debe hablarse. Su señoría achacaba poca seriedad al Presidente del Consejo en las explicaciones que había tenido la honra de dar al Congreso, y sin duda para enmendar esa falta de seriedad del Gobierno, S. S. ha tenido una seriedad muy grande en el discurso que ha oído el Congreso, suponiendo, en ese afán que S. S. tiene de que no hay otro móvil que el de poseer o continuar poseyendo el poder, que los Sres. Ministros de la Guerra y de Marina, sin más consideración que la de saber nadar entre dos aguas, se han quedado en el Ministerio (El Sr. Romero Robledo: No he dicho [87] lo de las dos aguas; pero pase.- Risas) ; que si el señor Aguilera ha salido del Gobierno, ha sido por ser escudero o Sancho del Sr. Moret, y que el Sr. Becerra, todos los días con sus papeles debajo del brazo, venía diciéndome: Práxedes, ¿cuándo tratamos de los asuntos de Cuba, que son urgentes?- Espera, Manolo; otro día será. (Risas.) Un asunto tan grave como la salida de un Ministro de la importancia del señor Moret cuando se persuadió de que con el imperio alemán no había medio de restablecer las relaciones mercantiles interrumpidas, cuya interrupción era tan perjudicial a los exportadores peninsulares o insulares por encontrarse cerrados los mercados del Imperio germánico, S. S. lo toma a broma; y cuando yo le decía al Sr. Moret:- Siga usted, a ver si en el verano podemos vencer las dificultades que encontramos en el Gobierno alemán y que causan tantos perjuicios a los intereses de nuestro país, S. S. supone que yo le decía al Sr. Moret: Hombre, siga usted aquí; yo me voy a Fitero y usted continúe, que esto de los tratados lo dejaremos para el otoño, y venga lo que quiera ; que así tallo yo (Muy bien.) ¿Es esa la seriedad que S. S. quiere dar al Gobierno? ¿Es esa la seriedad que quiere dar S. S. a los debates parlamentarios? Yo le digo a S. S. que no ha acertado a dársela, y que en lugar de eso nos ha dado una broma, muy agradable, sí, pero una gran broma, con el discurso que ha pronunciado.

Así, por este estilo, el Sr. Romero Robledo pintó a su gusto la crisis; nos dijo que habíamos echado al Sr. Moret, y ya ha visto S. S. esta tarde cómo no echamos al Sr. Moret; que lo habíamos despedido, que lo tenían despedido otras tendencias de la mayoría. Pues ya ha visto S. S. cómo no ha sido despedido por nadie, ni empujado por tendencia ninguna; que si es verdad que en el partido liberal, como en todos los partidos, hay dentro de las líneas generales de su política tendencias diversas, esas tendencias están perfectamente armonizadas, y para todas las cuestiones de importancia se busca la armonía, la conciliación y la unión.

Su señoría con ese motivo llamaba al partido liberal fusionista, y yo no sé por qué sigue S. S. llamándole así, porque en España hay dos partidos perfectamente definidos: el uno el conservador, el otro el liberal. (El Sr. Romero Robledo: ¿Pero ya no gusta lo de fusionista?) Sí gusta; es lo mismo, desde el momento en que el partido fusionista es liberal; pero si se lo llama fusionista porque está compuesto de la fusión de elementos diversos, que vienen de distinta procedencia, entonces vamos a llamar también al partido conservador fusionista, porque no hay en él menos tendencias . (El Sr. Romero Robledo: No hay inconveniente en eso, ni nos enfadamos.) Yo no pongo reparo a la calificación de fusionista, más que porque se me figura que S. S. la emplea como agregado, como conglomerado, como una cosa que no ha venido a fundirse . ¿No es verdad?

Pues bien, para evitar equívocos, vale más que nos distingamos como nos debemos distinguir, como partido conservador el uno, y como partido liberal el otro. Porque, dígase lo que se quiera, aunque al parecer está aceptada por el partido conservador la legalidad política establecida por el partido liberal, aún hay matices de más liberales o más conservadores, que quieren que esa misma legalidad se aplique de distinta manera, y en todas las cuestiones importantes se trasluce esa tendencia, como no puede menos de traslucirse, porque el partido conservador, para ser verdaderamente conservador, tiene que tener en su seno el espíritu de todo el partido conservador, como le sucede al partido liberal, y tiene que estar constituido por las diferentes tendencias que hay en él.

A S. S. le extrañaba que yo dijera que el programa del partido liberal en lo político era asegurar las libertades conquistadas, y no veía que no faltan espíritus importantes del partido conservador que quieran mermarlas y socavarlas. (El Sr. Romero Robledo: ¿Quiénes, dónde están?) Mejorar las costumbres públicas; y que hay que mejorarlas, ya lo sabe el señor Romero Robledo, porque por culpa de todos, que es lo mismo que decir que por culpa de nadie, nuestras costumbres públicas no son buenas; y hay que mejorarlas desde abajo arriba, o mejor desde arriba abajo; porque aunque esas malas costumbres públicas, en mi opinión, son peores abajo que arriba, hay que empezar por mejorarlas arriba, para dar así ejemplo y adquirir fuerza y prestigio bastante para castigar y corregir las malas costumbres públicas abajo. (Aprobación.)

El programa del partido liberal en lo económico, es llegar a la nivelación del presupuesto cuanto antes; pero llegar a la nivelación sin dejar de satisfacer ninguna aspiración legitima, sin desatender ninguna necesidad, sin quebrantar ningún servicio ; antes bien, mejorándolos todos, y especialmente aquellos que se refieren al orden público, a la defensa de la sociedad, a la protección de nuestro territorio y al crédito de la Nación.

Pues bien; el Sr. Romero Robledo, en su manía de inventar causas y orígenes de crisis, ha dado a ésta una significación que no ha tenido. Es verdad que la crisis se planteó, como ha dicho muy bien el Sr. Moret, desde el momento en que vio la dificultad, no ya de sacar los tratados, sino de que siquiera se discutiesen. Desde ese momento el señor Moret dijo que unía su suerte a la de los tratados y además que creía incompatible la buena gestión de las relaciones diplomáticas, con la conducta del partido conservador en la alta Cámara.

El Gobierno alemán, al ver las dificultades que había, y resentido y molestado porque España no había procedido como procedió Alemania con el mismo tratado, haciéndolo aprobar con dificultades inmensas en el Reichstag sin que, a pesar de la influencia y del prestigio del Gobierno en aquel Parlamento de 700 individuos, consiguiera sacar el tratado más que por 17 votos; el Gobierno alemán, creyendo que este esfuerzo suyo no había encontrado la correspondencia debida en la conducta del Parlamento español, molestado por esta conducta, fijó un plazo, que fue hasta que las Cortes se separaran, diciendo en una nota, y en varias conversaciones el embajador de Alemania, que si el tratado no estaba aprobado o desaprobado para cuando las Cortes se separaran, rompería todas las relaciones establecidas para convenir un tratado de comercio.

Entonces el Sr. Moret se tomó de plazo para su resolución el mismo que fijó el Gobierno alemán; las Cortes se separaron en efecto, no ya sin que el tratado estuviera aprobado, sino sin que siquiera se hubiera dado dictamen sobre él, y entonces fue cuando el Sr. Moret, haciendo un gran sacrificio, es-[88] timulado por las reclamaciones de los exportadores peninsulares o insulares, que sufrían graves perjuicios al encontrar cerrados los mercados que hasta entonces habían tenido abiertos, entonces fue cuando el Sr. Moret, haciendo todavía un gran esfuerzo y un sacrificio que yo le agradezco en todo lo que vale, quiso reanudar las relaciones con el Gobierno alemán; y sólo cuando se convenció, a fines del verano, de que eso era de todo punto imposible, es cuando resolvió irrevocablemente separarse del Gobierno.

Y ya con esta resolución del Sr. Moret, ¿no ve S. S. planteada la crisis? ¿Hay aquí nada que no sea formal, que no sea lógico, que no sea natural? ¿Podía yo, abusando de la amistad que me ha dispensado siempre el Sr. Moret, obligarle a continuar en una actitud que él creía incompatible con su prestigio y con su consecuencia? ¡Ah! no: no podía yo exigir sacrificio semejante a una persona a quien tanto debo y a quien tengo tan grande estimación. Y entonces, claro está, no tuve más remedio que aceptar la crisis. Pero como se trataba de un Ministro de la importancia del Sr. Moret, el Sr. Aguilera, (diga lo que quiera S. S. y aprécielo como tenga por conveniente, que yo lo aprecio como un acto de nobleza y de hidalguía en el anterior Ministro de la Gobernación), el Sr. Aguilera, dada la amistad fraternal que tiene con el Sr. Moret, dada la consideración que le guarda por haber sido su maestro; el señor Aguilera, diga S. S. lo que quiera, y déle a ese acto la explicación que le plazca, no quiso continuar en el Ministerio y acompañó a su amigo y maestro el Sr. Moret, y en mi opinión hizo bien.

Y en cuanto al Sr. Becerra, él lo dijo, y lo ha dicho S. S.: encontrando alguna dificultad para la discusión del proyecto de reformas de Cuba tal como se había presentado en la legislatura anterior, y no creyéndose bastante apto para discutir desde el banco azul los términos de transacción en que habíamos convenido, presentó también la dimisión. ¿Tampoco esto lo considera S. S. serio? Pues ya tiene S. S. tres Ministros, importantes los tres, que querían salir, y, por consiguiente, planteada la crisis; y faltando tres Ministros, parecía natural que el Ministerio, aprovechando esa circunstancia, se reorganizara trayendo a él la representación de todas las fuerzas que constituyen la mayoría de las Cámaras.

¿Qué hay en esto que no sea serio, que no sea lógico y que no sea natural? De ahí la reorganización del Ministerio. Presenté a S. M. la Reina las dimisiones que me ofrecieron los Ministros, y también le presenté la mía; S. M. la Reina se dignó aceptarlas todas, menos la mía, diciéndome: "¿Para qué, si quiero que continúe usted encargado de la reorganización del Ministerio?" Y cumpliendo su Real mandato, tuve el honor de presentar a su Real aprobación el Gabinete tal como está constituido, y tal como tuve el honor de presentarlo al Congreso y al Senado.

Que no hice la presentación de todos y cada uno de los individuos que lo componen. Señores, tarea inútil: ¿para qué, si todos los conocéis? ¿Qué voy a decir yo de los Sres. Ministros que constituyen el actual Gobierno? ¿Hay algún Sr. Diputado que no conozca su historia, sus antecedentes, sus compromisos y su manera de pensar? ¿A qué había de hacer esa presentación?

Ha tomado S. S. como un desaire de mi parte el que no la hiciera respecto al Sr. Abarzuza. También es bien conocido de vosotros. Al Sr. Abarzuza y a sus amigos, desde que emprendieron determinada política hace muchos años; con un desinterés y un patriotismo de que se dan pocos ejemplos, para venir al cabo como término de una patriótica evolución a confundirse con el partido liberal, y aún antes de que hicieran declaración ninguna, al Sr. Abarzuza y a sus amigos, repito, los he considerado yo siempre como fuerzas auxiliares del partido liberal.

Pero desde el momento en que en el Congreso el malogrado Sr. Almagro, cuya muerte no será nunca bastante llorada, y el Sr. Abarzuza en el Senado, hicieron las declaraciones que todos recordaréis, ya entonces, las que yo había tenido como fuerzas auxiliares del partido liberal para el triunfo de la libertad, las tuve como fuerzas sumadas a las fuerzas del partido liberal, y dentro del mismo partido para sostener y defender lo que el partido liberal defendía y sostenía. ¿Qué había de hacer yo ahora?

Cuando hicieron las declaraciones a que he aludido, yo, en nombre del Gobierno, yo, en nombre del partido liberal, les di la bienvenida, y entonces hice presente la significación que tenía ese acto y lo importante que pudiera ser para todo y para todos. ¿A qué había de repetir ahora lo mismo? Considerados ya como amigos los antiguos posibilistas, lo mismo que los liberales, para mi no eran ni más ni menos que una tendencia más dentro del partido liberal, que merecía, como todas las demás tendencias, tener representación en el Gobierno, y por eso tuve la honra de presentar el nombre del Sr. Abarzuza a la aprobación de S. M. la Reina.

Pero S. S., dando tortura a todo lo que hubiera podido ser causa de la crisis, ha hablado del régimen arancelario, y ha dicho que para nosotros lo mismo daba el sistema de los tratados que el de la tarifa autónoma, y S. S. está en eso un poco equivocado. Su señoría menos que nadie debiera hacernos este cargo; porque nosotros, cuando llegamos al poder, nos encontramos con el sistema de tratados planteado.

Ya el partido conservador había iniciado algunos tratados y había concertado otros. De modo que el régimen de los tratados estaba planteado cuando el partido liberal sustituyó en el gobierno al partido conservador; y aunque el partido liberal no hubiera sido partidario de los tratados, por respeto a los que había concertado el Gobierno conservador, respeto que el Gobierno conservador no ha tenido con los que ha concertado el partido liberal, por más que en estos conciertos con las Naciones extranjeras no hay ni debe haber Gobierno liberal ni Gobierno conservador, sino Gobierno de la Nación ; por respeto, digo, a los tratados que encontró concertados por el partido conservador, y por la conveniencia de seguir el sistema establecido, se habría visto obligado a continuar el régimen que se encontraba ya planteado.

Y así lo hizo; y no sólo tuvo ese respeto para los tratados concertados por el Gobierno conservador, sino que además concluyó todos los que el partido conservador tenía comenzados. Todos sabéis, Sres. Diputados, cuál ha sido la suerte que ha cabido a esos tratados de comercio.

Es verdad que se dice, porque algo hay que decir, que esa mala suerte de los tratados consiste en que [89] son malos, pero todavía no se ha demostrado que lo sean, porque aún no se han discutido; y si sólo porque el partido liberal hizo esos tratados le parecen malos al partido conservador, y se vale de los medios reglamentarios, que aquí son tan amplios para la garantía de la oposición y para la iniciativa de los Diputados, y hace imposible la aprobación de dichos tratados, entonces, si le parece mal al partido conservador lo que hace el partido liberal, y no le ha de parecer bien al partido liberal lo que hace el conservador, claro está que es imposible continuar con el sistema de los tratados.

La verdad es que el partido liberal se encuentra con esta dificultad, con este grave conflicto de que los tratados que ha convenido con los Gobiernos de otras Naciones están sin adelantar un paso en uno de los Cuerpos Colegisladores, y que, por lo visto, se quiere que no adelanten nada, que continúen allí; y en tal caso, ¿qué ha de hacer el partido liberal, más que buscar el medio de salir de esta dificultad? Cuando hay que ir a un punto y hay varios caminos, se sigue uno; pero si se encuentra que está intransitable, no hay más remedio que tomar otro que conduzca al mismo punto, y por esto el partido liberal procura establecer un sistema que le conduzca a los mismos fines de la reciprocidad mercantil y de la apertura de mercados, a que procuraba llegar por medio de los tratados, y cree conseguir esto revisando la segunda columna del arancel vigente; claro es que tomando como base las ventajas otorgadas en los tratados que hizo el partido conservador, y que el partido liberal, por respeto a lo que hizo el conservador, presentó a la aprobación de las Cortes, y éstas aprobaron y sancionó la Corona, y tomando también como base otras ventajas que sirvan para obtener en cambio de ellas las que nosotros necesitemos que nos otorguen otros países. Esta columna de esta manera revisada, puede obtenerse por medio de una Comisión en la cual se den todas las garantías necesarias; en la cual tengan participación, no sólo todos los partidos, sino aquellas corporaciones que por su reconocida competencia o por ley deban intervenir en asuntos de esta clase; y evidente es que las Naciones que no nos den ventajas a cambio de esa columna, pagarán con arreglo a lo establecido en la primera columna, en correspondencia debida a lo que demos y a lo que recibamos.

Pues bien; el Sr. Romero Robledo entiende esto de una manera singular. Dice S. S.: el Presidente del Consejo de Ministros, y por lo visto el Gobierno actual, entienden que lo mismo es el sistema de tratados que el sistema de la tarifa autónoma.

Tal como S. S. entiende la tarifa autónoma, no; pero tal como la entendemos nosotros y como la entienden en todas las Naciones donde la tienen establecida, sí; es lo mismo. La única dificultad que S. S. encontraba era ésta : las tarifas anejas a los tratados, por las cláusulas de éstos, tienen marcado un plazo que no se puede variar sino por las dos partes contratantes, mientras que la tarifa que se llama autónoma se puede variar constantemente.

Pues no; porque no queremos la tarifa autónoma para tratar inmediatamente, sino que la queremos para cambiarla con las Naciones extranjeras, por aquellas ventajas que el Gobierno crea que le dan la debida reciprocidad ; y como eso se hace por medio de conciertos, en esos conciertos se establecerán reglas, una de las cuales será la duración que el concierto ha de tener, dejando en una tarifa llamada autónoma la estabilidad que nunca ha tenido la segunda columna del arancel para tratar de todos modos y en todos tiempos.

Y eso no es nuevo, Sr. Romero Robledo; eso se hace en Francia, donde hay también lo que aquí llamamos tarifa autónoma. Y, sin embargo, con esa tarifa la Francia ha tratado con Rusia y ha intentado tratar con Suiza.

El Sr. VICEPRESIDENTE (Marqués de Teverga): Llamo la atención de S. S. acerca de que están para terminar las horas de Reglamento.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Yo estoy a disposición de la Mesa; pero todavía me falta algo que decir. El Sr. Romero Robledo ha sido bastante extenso; y aunque yo pudiera contestar en muy poco tiempo, pues a una verdadera fábula, créame S. S., podía haber contestado de otra manera, sin embargo, por deferencia a S. S., y sobre todo al Parlamento, quiero contestar a todos los argumentos que ha hecho S. S., siquiera están basados en relaciones verdaderamente fantásticas.

El Sr. VICEPRESIDENTE (Marqués de Teverga): Se suspende esta discusión.

Orden del día para mañana: los asuntos pendientes.

Se levanta la sesión.



VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL